Se hace muy difícil lograr un análisis de las dimensiones estalladas tras la derrota del oficialismo en las PASO, especialmente, porque hay que rasgarse los ojos para buscar los datos sobre las distintas temáticas urgentes. Que hay crisis ya lo sabíamos. Pero  ¿en qué consiste? ¿Cómo se manifiesta? ¿Tiene un principio? ¿Se puede establecer un punto final? Ahora bien, hechas las preguntas cabe reordenar el panorama para “encuadrar” el drama que atravesamos y que de modo fantasmagórico tiene un fondo “2001”, un olor a miedos sociales ampliados.

En primer lugar, sucedió aquello que pasaba en el vecindario: no hubo “estallido” (Colombia, Chile, Perú, Paraguay) lo que hubo fue un nuevo capítulo de la institucionalidad argentina (lamento decirles a los afectos a la República, que las instituciones del país gozan de un vigor total, inclusive en los episodios de 2001 se respeto la sucesión que figuraba en la Constitución Nacional). Esto es, las cosas no “volaron por el aire”, implosionaron desde adentro, como si fuera un derrumbe que se sale de control, las cenizas, los escombros y el humo, taparon la sociedad toda. Ahora bien, en todo ámbito se hizo la siguiente pregunta ¿Qué expresaron las urnas? Difícil saberlo, porque hace bastante atravesamos una “guerra de interpretaciones”: del sobreanálisis a la subestimación de ciertos fenómenos sociales. Las urnas versión 2021, es decir, con una sociedad votando con lo que la pandemia hizo de ella, forman parte del largo ciclo de aquello que el colectivo Juguetes Perdidos denomina como una “precariedad totalitaria” para la “sociedad ajustada” que el gobierno de Macri vino a profundizar. Surge una nueva pregunta ¿Cuánto ajuste/precariedad aguanta una sociedad? Parece que las PASO de este año fueron una respuesta institucional a esta cuestión. Claro que los oficialismo pierde elecciones en pandemia (alguien tiene que hacerse cargo de tanto sufrimiento) pero las particularidades argentinas –la otra pandemia- transforman una derrota en precariedad de los dispositivos de gobierno.

En segundo lugar, y asociada a la vitalidad institucional del país, hay una cuestión que es interesante resaltar. Así como se da la dicotomía “platita o lenguaje inclusivo” (como si fueran opuestos antagónicos) hay un tema de esos estructurales que nadie quiere sentarse a pensar. Como dice Martín Rodríguez, no había clima de campaña pero algunas discusiones por fuera de la TV o de Twitter tienen un contenido en torno a eso que se perdió: el futuro. Si el peronismo (como representante de los sectores populares tanto política como culturalmente) perdió la chispa de ofrecer soluciones (gobernar la crisis) algunos debates públicos conformaron la urgencia de “pensar alternativas” a este momento. “Planes o trabajo”, “desarrollo y ambiente”, “precios locales o internacionales”, son algunos de estos debates que por fuera del show mediático quedan dando vueltas en distintos grupos sociales (desde la UTEP a la UIA por ejemplo). El peronismo, intentando recuperar “eso” perdido, busca la forma de adaptarse a ese futuro imaginado.

En tercer y último lugar, queda margen para pensar lo que sucedió con otra dicotomía en torno a la gestión pública: los relatos públicos, los murmullos y silencios de las calles, indican que había algo así como un “distanciamiento” entre gobernantes y gobernados. En los términos impuestos por CFK, “funcionarios que no funcionan”. En una nota de Esteban Rodríguez Alzueta –que recomendamos con efervescencia- explica esta dicotomía para el área de Seguridad que cambio a Sabina Frederic por el histórico Aníbal Fernández. Es la dicotomía que surge con los cambios de gabinete a nivel provincial y nacional: “expertos académicos o dirigentes con gestión territorial”. El Estado no es una botonera, al contrario, es una complejidad organizacional de distintas funciones en la que el rol del Jefe ejecutivo es el que ordena gran parte de las políticas públicas que elaboran los ministros. En este sentido, (el caso de Frederic es paradigmático) la formación de los ministros como “expertos” en el área se contrapone a la gestión territorial que manifiesta un gobernador o intendente. Es la versión de este siglo del “alpargatas o libros”. Que quede claro, que sean las dos cosas. Ciertamente, hay ciertas áreas de gestión que se sostienen sobre el sentido práctico que se espera de cierta función, por ejemplo, el rol de un intendente no puede desconocer la jurisdicción que comanda. Sucede que algunos expertos, con sus títulos en el exterior, con su inexperiencia política son una suerte de chivo expiatorio ante “agendas calientes” (seguridad, desarrollo social, economía) especialmente tratadas por los medios de comunicación. A esta expertise (de la que se espera mayor racionalidad y profesionalidad impersonal) se le opone la idea de “territorio” que expresarían los funcionarios que entraron: el peronismo del orden sin progresismo. El peronismo “real” que no necesita de expertos para la gestión pública. Parece, entonces, que este peronismo no necesita de credenciales para ejercer la función pública, su sola gestión habla por sí sola.

A modo de reflexiones finales, cabe mencionar que este análisis es responsabilidad del firmante, y en todo caso, es apenas un esbozo para salir del laberinto por cualquier lado, pero especialmente en torno a una reflexión sobre el Estado, sus funciones, y sus dirigentes. Sociedad implosionada, discusiones sobre alguna idea de futuro y el vínculo de expertos, política y territorio son dimensiones que nos permiten mirarnos en el espejo de la Argentina del 2001 (¡¡¡de la cual este diciembre se cumplen 20 años!!!): “los que sabían” de economía llevaron un plan inviable socialmente, “los políticos” con y sin territorio, poco pudieron hacer ante la magnitud de la crisis. Así y todo, desde 2003 un consenso inundo la gestión pública: no se puede hacer política pública sin territorio, y no puede haber expertos sin conducción política. Inclusive en las filas del Pro supieron que sin territorio no podrían gobernar a pesar de tener “expertos” de las mejores universidades. Un ejemplo de ello, es la gestión de Carlos Tomada en el Ministerio de Trabajo, que mediante un ambicioso plan de regularización del trabajo –el PNRT fue lanzado en el 2003- federalizo la inspección laboral, y con ello, la propia gestión del ministerio, (entiéndase del Estado) pero además, incorporó la noción de dignidad para el trabajo registrado. No podemos discutir política a través de slogans para twitter o con frases vacías para el panelismo: “la vida que queremos”, “te salva el Estado”, etc, Estamos ante la imperiosa necesidad de dejar de interpretar el mundo para transformarlo ya que la crisis es total, tanto de los elites gobernantes como de todos los grupos sociales. En cierto modo, es una lástima que algunos ministerios sean parte del reparto de “los cargos y la rosca”. De la crisis se sale con más Estado Pero ¿Qué Estado es el que queremos? ¿Qué se espera de un ministro-a? ¿Qué sepa del tema? Las respuestas posibles están en debate abierto.