La foto es de la final de la Copa América Chile 2015, aquella primera final perdida contra la selección trasandina. Un año había pasado de la final perdida con Alemania, justamente en el Maracana, ese estadio que anoche se cubrió de azul y blanco.

Está claro que el fútbol no es la patria, pero que se le parece seguro. Por eso moviliza afectos, emociones, pasiones que otro deporte no logra. Porque existió Maradona, y lo cambió todo. Y ahí, en esta “estructura de sentimientos” esta la historia del país, pero por sobre todo, la nuestra. Como dijo Pablo Alabarces, “hinchas de nuestra selección”. Nos juntamos a ver partidos, festejamos a su alrededor, socializamos a través de ella y esperamos de vez en cuando, esos cuatro años para ver un Mundial. Argentina ganó dos: uno en pleno terror dictatorial, el otro, en pleno sueño alfonsinista. Casi ganamos dos, en 1990 y el ya dicho en 2014.  Ahí es donde quiero ir.

Tradicionalmente,  las generaciones se miden cada 25 años. Por lo tanto, hay una generación y media que no vio a la selección salir campeón de algo (seleccionado mayor claro está). Una franja debajo de los 40 años atravesada por la calamidad deportiva. Aún así, nos renovamos, y nos vamos sumando. Más aún si tenemos un jugador como Messi que ofrece el mejor juego posible que se pueda ver, y que encima fue demostrando que la competitividad también se entrena. En 40 años, entonces, nos pasa de todo: por lo general cumplimos esos pasitos de la vida, que no son plantar un árbol y escribir un libro, sino recibirse, trabajar, armar una familia, y montones de grises entre estas “actividades vitales”. La vida es eso que pasa entre los mundiales.

Pero siempre van a pasar cosas. Y esta vez, en 2021, paso una pandemia. Las chances de pensar en algo por el estilo, no estaban en los más estudiosos del tema. Pero acá estamos. A esta generación, nos toca ser soberanos de nuestra propia crisis. La crisis familiar, laboral, dineraria que atravesamos forma parte de un combo que casi seguro llego para ser irremediable: precariedad, incertidumbre y pobreza. 2021 entonces, se ve como un espejo de esos que deforman la realidad si lo comparamos con 2014 por ejemplo. Aquel entonces “sin crisis”, a muchos les tocaba sin ser responsable de familias, tal vez con otras compañías que no es la actual e inclusive sin vivir de sus propios ingresos.  Y estas mismas características se pueden pensar hacía algunos de los jugadores que ayer levantaron la copa. Lector, lectora, sepa que este grado de generalización es el punto máximo que nos permite el universalismo futbolero: porque si en 2014 nos juntábamos con amigos, en este 2021 esas juntadas tenían hijxs, tenían menos cerveza y más vino tal vez, o incluso, tenían otra locación. Algunos jugadores también cambiaron: Messi, Di María y Agüero tenían un solo hijo, y ayer, los dos rosarinos fueron estrellas que buscaban el instante preciso para comunicarse con sus familias. Con sus compañeras, sus hijs, sus madres, abuelas, etc.

A este contexto generacional, que nos encuentra pandemicamente encerrados y entristecidos por la crisis, sumemos la historia reciente: la falta del Diego, acaso ese ídolo o mejor aún, ese  Totem de unidad comunitaria. Anoche, los muchachos ganaron una Copa, y nos volvimos a juntar, “ganamos” decimos. Lo cierto es que nos abrazamos, lloramos, bebimos, celebramos, era el éxtasis popular –figura perdida por la crisis, pero que hace tiempo andamos en un “clima pesimista”- hecho calle. O mejor dicho, era la calle tomada por la necesidad sociológica de re encontrarnos: con nuestros viejos, con hijas que ahora juegan al fútbol y con adolescentes que hace bastante saben de fútbol por lo que hacen en la Play. De este maravilloso cruce, de la vida de jugadores, de nuestras crisis, de lo que fuimos, somos y seremos, pero también, de lo que fue, es y podría ser el país.

Como decía Horacio González, las cosas se parecen, pero son estrictamente diferentes. Pero que se parecen se parecen.