Por ML
El historiador Alejandro Galliano suele afirmar que al menos desde los 70, la ciencia ficción literaria y cinematográfica (con preponderancia hollywoodense) nos ha inculcado, enseñado, hasta llegado a consolidar una pedagogía del futuro, o al menos de algunas posibilidades de “imaginarlo”. Esta imaginación en disputa, varía y esta diferida por latitudes, claro esta, por que nadie puede preguntarse sobre inteligencia artificial, cuando apenas tenemos ciudades “conectadas” precariamente acá en nuestro país, o llegado el caso, el déficit en acceso a dispositivos móviles que el gobierno de la ciudad discontinuo en la etapa de ASPO en 2020.
Entonces, queda preguntarse ¿qué podemos decir sobre la relación entre cyborgs y androides en nuestra vida diaria argentina? Una respuesta posible es que, simplemente tenemos que dejar las discusiones a los “ingenieros industriales” que viven a diario la robotización y automatización de las técnicas de trabajo humano; o en todo caso, retomar la pregunta del libro de Galliano ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no? Si el capitalismo dependiente y subdesarrollado en el que nos encontramos día a día, nos impidió contar con acotadas posibilidades de acceder a mejoras sobre la conectividad digital, más allá de la propagación del consumo de artefactos digitales, la expansión de la economía de plataformas y el uso que hacemos de distintas aplicaciones para relacionarnos, por ejemplo, aplicaciones como Tinder, estamos siendo y actuando sin apoderarnos de las herramientas que el capitalismo 4.0 ofrece. Apoderarse y re asignar las funciones de la tecnología actual, también debe ser un llamado para recuperar terreno en la disputa digital, desde un punto de vista “estructural” especialmente, pero además, en la vida diaria, “nivel micro” diríamos.
Es en este nivel, que me gustaría rescatar dos películas propias de las épocas pandémicas que sufrimos. Pensemos, por poner un ejemplo, en la trilogía de Richard Linklater de Antes del amanecer, o por poner una película local, Alma Mía, donde los “encuentros casuales” juegan un rol fundamental en el desenvolvimiento del “enamoramiento”. Tenemos, en ambas, situaciones típicas del mundo prepandemico, un viaje en tren como turistas en Austria, y una despedida de soltero, respectivamente.
A modo de hipótesis, parece que los guionistas deberán re acondicionar el sentido de los encuentros en el espacio publico. Y es ahí donde entran la tecnología, y la inteligencia artificial. ¿Podemos enamorarnos de la IA? La respuesta de Her, y Ex Machina, es afirmativa al respecto, pero ¿de qué modo? Si en el primer film, una persona solitaria utiliza un sistema operativo que organiza su agenda y sus visiones del mundo, es decir, se dispone a compartir con su dispositivo, su vida, como si fuera una persona, desde un pic nic mirando el sol, hasta el intento de tener relaciones sexuales, la vida con el sistema operativo también será cruel.
En ex Machina, la cosa se complica un poco más, el protagonista, un programador de una empresa –sometido por el CEO de una importante compañía- se encarga de realizar el Test de Turing, para comprobar que tan humana es la IA, en este caso una androide llamada Ana. Aquí tenemos directamente, la propagación del sueño: la formula lacaniana es que los sueños son la realidad libidinal (nos despertamos de los sueños para escapar, sugiere Lacan, para huir de lo Real de nuestros deseos) que a su vez, ignora que la “realidad ordinaria”, también, depende de las fantasías humanas. En el film, podemos ver que el protagonista se enamora y hasta desea sexualmente el cuerpo de la androide.
Hay que mencionar, además, que ambas películas transcurren bajo el paraguas de la heteronormatividad sobre las androides, porque se las registra como objetos femeninas, apoderadas por hombres. Recordemos que con el sistema operativo SIRI, sucedió algo parecido.
De este modo, la realidad actual no es nada simple, porque si fuera simple, muchas problemáticas estarían mas o menos resueltas. La complejidad actual, tampoco es un espanta pájaros, por el contrario, asumir estas realidades, en torno al deseo en tiempos de expansión de la IA, es un desafío psico político: por un lado, abrir, profundizar, y expandir las condiciones del debate, por el otro, evitar que solo unos grupos sociales se apoderen de la capacidad de soñar y fantasear.